domingo, 16 de diciembre de 2012

EL HORNO DE LA FUENSANTA


Ahora que se acerca  Nochebuena viene a mi cabeza aquellos días previos cuando era pequeña y esperaba con ansia estos días en los que los peques tienen vacaciones y espera montones de regalos.
Yo esperaba regalos, pero esperaba con mucha ilusión la visita anual al horno de la Fuensanta.
Era el horno más conocido y famoso (y con razón) de mi ciudad. Estaba en el centro, el casco antiguo que dirían ahora, entre calles estrechas llenas de comercios y oficinas de notarios, abogados, y profesionales liberales en general, junto a ala Catedral.
También por ahí estaban las consultas de los médicos privados a los que con mucho esfuerzo gente como mi madre llevaba a los suyos por una enfermedad que la sanidad pública por aquel entonces no atendía bien.
El caso es que aquel horno-panadería-confitería era una establecimiento con unos escaparates que me parecían enormes llenos de pasteles de todo tipo. Dentro era un cuadrado con un mostrador que tenía la misma forma,
En navidad había colas de gente para comprar las tortas de pascua, orejas de fraile, tetas de monja, huesos de santo, polvorones en forma de corazón, roscos de vino...
Qué olores, que calorcito bueno !cuantas piernas de gente a mi alrrededor!. Parecía aquello un bosque de piernas.
Mi madre siempre compraba los mismo: las tortas de pascua con forma redonda y estrellada cubiertas de almendra picada y azúcar. Los roscos de vino de color blanco, aquellas orejas de fraile como una empanadilla dulce cubierta de azúcar con cabello de ángel por dentro. Los polvorones! ay! esos polvorones que se deshacían en la boca. Y el pan de cadiz?, y aquellas bolas de piñones, mazapán y yo qué sé más?.
Recuerdo las bandejas rectangulares con su mantelito de papel con puntillas y el cordel azul colgando del dedo corazón metido por el lacito, el brazo extendido para que no rozara nada y no se rompiera la mercancía...
Al llegar a casa ella lo colocaba todo ordenado en el primer cajón del aparador y yo siempre preguntaba ¿mamá esto es solo para las visitas?. Las visitas eran su hermana con su marido y mis primas en el primer día de navidad.
Por la misma fecha mi padre llegaba con la cesta  que su empresa le regalaba. Una caja grande de madera cuya tapa a veces era un cuadro. Llena de bolsas de peladillas de las gordas y de las de forma de piñón, pastillas de turrón, bombones, alguna lata de piña , botella de sidra El Gaitero, !champán!!
Aquello también se guardaba pero en el segundo cajón del aparador.
Me parecía todo un festín sobre todo porque a lo largo del año jamas teníamos semejantes viandas.Por eso y porque preferentemente se guardaba para cualquier visita a casa me cabreaba tener que quedarme mirando hasta que dieran la señal de que podíamos comer. Sin embargo lo cierto es que siempre escamoteaba algo y si mi madre se daba cuenta yo ponía cara de no saber nada. Cuantas veces abrí ese aparador que ya no existe y se comió la carcoma para coger algún dulce a escondidas, la boca llena de golpe y el polvilllo del azucar que se me escapa entre los labios, tragando deprisa .
 En esos  días tan especiales se usaba la cristalería que tan cuidadosamente sacaba mi madre de la vitrina, con aquellas copas tan delicadas con dibujos de flores y hojas preciosos, con sus dos jarras altas con asa de curva grande.
En nochebuena la cena era una ensaladilla de merluza con lechuga y mayonesa, antes una sopa de ese caldo, !qué buena! , ahora no me atrevo a hacerlo de nuevo para no estropear el recuerdo del aquel sabor.
Luego la bandeja con los dulces, entonces podía comerlos y era una verdadera gozada.
Recuero el mantel verde a cuadros con sus servilletas de tela, no de papel, sus cubiertos de alpaca que luego fregábamos en el lavadero de mármol y que me quedaba muy alto.La radio puesta escuchando los villancicos.

Al final de la cena tocabamos la pandereta y la zambomba.
Yo sabía que faltaba poco para los Reyes Magos y cuando preguntaba por ellos y por dónde andarían  me contaban que andarían  por África cerca ya de España.
Pero el día de los Reyes Magos es otra historia.

domingo, 2 de diciembre de 2012

EL CINE Y YO

La primera escena de una película que se me viene a la cabeza es la creación del mundo en La Biblia, yo estaba en la primera fila de la sala. El mundo y su rugido mientras se creaba me venía encima como un tornado.
En aquellos años una tarde de cine y pipas era lo que la gente vulgar y corriente hacía para su esparcimiento y era de lo más económico. Claro eso era entonces....
Había dos rituales que se cumplían siempre,   no podía ser de otro modo:
El día del espectador en miércoles.Sobre todo me gustaba la terraza del cinema Iniesta en el barrio del Carmen. Ese cine era precioso, tenía unas puertas y un anfiteatro y unas escaleras que a mi me dejaban embobada parecía un palacio .
 La terraza de verano dónde proyectaban en esa estación del año fue escenario de alguna aventura de la que yo solo recuerdo una,  pero mi madre se encargaba de recordarme otra.
Una era cuando se proyectaba en El árbol del ahorcado. Durante  la escena de la diligencia desbocada a punto de caer todo el mundo en tensión, atentos... a mi se me  escapó la botella de gaseosa que con su vidrio y todo su gas explotó en el suelo. El grito (contaba ella) de todo el cine fue unánime.
La otra,  la que yo recuerdo, fue durante la proyección de una película de vaqueros (que me entusiasmaban). El caso es que debía ser tan mala aquella película que solté en medio de ella y de la noche ! mamá esto no vale ná, esto es un chuminá! . Que  mala era! la peli digo.

Los domingos era cuando mi padre me llevaba sistematicamente después de comer a la primera sesión, así pasábamos la tarde.
Me daba una rabia tremenda llegar siempre tarde con la sesión empezada por dos causas: La primera era que  había que esperar a la segunda peli para ver el principio de la primera cuando ya sabía el final, argggggggg!.
La otra era que nos tocaba quedarnos de pie entre la gente, mucha gente, o en el palco lateral desde el que yo veía bien.
Cómo se fumaba entonces en el cine..., mi padre a veces salía un momento fuera y me dejaba sola en el asiento, menos mal que volvía pronto. Cuando terminaba todo y salíamos  en invierno a la calle para esquivar el frío me ponía el verdugo de lana que solo me dejaba los ojos a la vista y el vaho de mi boca calentaba el interior de mi cabeza  y toda la cara se ponía caliente rápidamente. Aquello era frío y no lo de ahora, será cosa del calentamiento global de la tierra.
Me gustaba el ambiente que se respiraba en aquellos edificios vestidos por dentro con sus cortinajes rojo intenso como de terciopelo. Me gustaba mirar a los que esperaban como yo  en el pasillo, toda emocionada pensando en lo que íbamos a ver, observaba las parejas de novios dándose besitos castos en las mejillas aunque yo sabía o intuía que había algo más que esos inocentes besos.
Odiaba  que me llevaran a ver películas de dibujos animados, yo quería ver películas de verdad!
A la salida del cine también sistematicamente ya fuera del Coliseum o El Iniesta, me llevaba mi padre al bar de Mónaco a tomar una ensaladilla rusa con una cervecita pequeña, daba igual que yo fuera una niña pero lo cierto es que no soy alcohólica...Cómo me gustaban aquellas ensaladillas !que ricas!!, y las almendras fritas y me veía reflejada en gran espejo frente a la barra del bar, y veía al resto de la gente comer sin mirarlos directamente, a través del espejo.
Eran unos domingos estupendos,  por la mañana iba a por el periódico y mi tebeo, y luego al cine, para eso nunca faltaba dinero. Nunca ha faltado para eso.
También me llevaba mi hermana: Con ella iba más temprano y llegaba al principio de todas las películas. Ella me llevó a ver Siete novias para siete hermanos, Chitty Chitty Bang Bang,  West Side Story y muchas más.
El resto de películas que no veían en el cine las veía en casa de Juani con su padre Antonio que tanto me quería y al que tanto quería yo "Carmencica, ¿que ponen esta noche en la tele? mientras cenaba con su trozo de pan, su navaja manchega cortando el queso sobre el pan, y yo contestaba siempre dando la información requerida.

Era de justicia e imperdonable no ir al cine el primer día de Navidad, era nuestro ritual. Íbamos a ver la película recién estrenada para la ocasión, así vi Memorias de África con la hija de mi prima, o Titánic.
Ahora  ya no es así. Todo se va perdiendo y yo canto lo que pierdo y lo que se pierde es la ilusión.
Con los años ya  asentada en mi trabajo e independizada en un pequeño apartamento junto a la casa de mis padres retomé la costumbre de ir al cine. Pero entonces quedaba con mi madre: Al salir de la oficina yo la esperaba con las entradas que orgullosamente había sacado con mi dinero y no el de ella en mis manos. La veía venir a lo lejos, tan guapa! tan bien arreglada para la ocasión...
Vimos decenas de estrenos juntas, estrenos que hoy pasan por televisión y cuando estoy con mi marido en el salón viéndola digo invariablemente "esa la vimos mi madre y yo en el cine", e invariablemente él me contesta "las has visto todas con tu madre". Y recuerdo cada uno de los momentos de mi espera en la puerta de las salas de proyección, cuando llegaba ella, cuando subíamos las escaleras, cuando buscábamos el mejor asiento, y la salida al final a la calle, ya de noche, comentando la historia.
Son muchas las escenas que retengo en mi retina de muchas películas, si me preguntaran con cual me quedaría no podría elegir.
Rebeca, Luz de gas, Matar un ruiseñor, Cinema paradiso, Casablanca, La muerte tenía un precio, El árbol del ahorcado, pero siempre siempre queda en mi el poso triste de Rebeca. Una y otra y otra y otra vez la he visto y siempre hay algo nuevo en ella que me maravilla.
Y su final con aquel incendio de la mansión purificando con su fuego todo rastro de mal. Es una escena que no puedo olvidar, o ella en el coche acariciando su collar de perlas, deseando ser otra.
Hay finales gloriosos, como el Casablanca.
Hay películas para cada ocasión, como los juicios de Nuremberg con el impecable Charles Laugton, !excelso!.
Hay películas como Belinda , o El séptimo sello, o ....podría pasar mi vida recordando.
Hay películas como Rojos que vi con un compañero de facultad que pasó el tiempo intentando meterme mano, ufff, yo quería ver la peli!. O Nueve semanas y media que fui a ver con una compañera un día que pasamos de la clase, muy conservadora mi compañera y yo mientras la veíamos me venía un color y se me iba otro pensando en ella.
Y Novecento??? qué película, qué imagen la de los campesinos avanzando desafiante ante los espectadores: Compré el poster de esa escena, poster que mi madre me instó a quitarlo de la pared de mi habitación cuando el nefasto 23-F cuando a Tejero se le ocurrió irrumpir en el Congreso de los diputados pegando tiros...que pena me dio deshacerme del poster.

A lo largo de los años he visto muchas, muchisimas películas pero la magia del cine parece haberse perdido, odio los grande centros comerciales con tiendas de ropa, comida rápida, zapaterías, etc y... alguna sala de cine, me hace daño a la vista.
Ya nada es igual pero sea como sea sigo amando el cine.