En mi barrio había dos tiendas de ultramarinos, la de Paco el gafas y la de Rodenas, además estaba el mercado y una carnicería al final de una calle cercana a casa. Muy cerca también se compraba el carbón para el brasero.
Paco el gafas, llamado así por motivos obvios era la típica tienda de barrio que tiene absolutamente de todo y una barra dónde los obreros iban a media mañana para comer unos hermosos bocadillos con su chato de vino.
Me volvían loca esos bocadillos de atún y mayonesa con aceitunas liados en papel de estraza pero era muy extraño que me comprara uno salvo le sisaba a mi madre algo de dinero.
Para mí el mostrador era un muro enorme tras el que veía un tío grande con gafas, enérgico, que corría de aquí para allá atendiendo al personal.
La tienda de Rodenas era la tienda vip del barrio dónde mi madre, de estomago siempre delicado, compraba el jamón york que entonces era algo muy exquisito y solo para enfermos o gente con dinero.A mi me daba mucha risa escuchar al tendero preguntar invariablemente a cada clienta ¿que desea joven amable? me lo decía incluso a mi que era una cría. Lo que más me gustaba era el mostrador de mármol , me parecía hermosísimo. Allí solo se compraba el mencionado jamón y los huevos (esos que en un episodio psicotico de mi madre decía !quitame esos huevos de rodenas de la televisión que me dan miedo!..).
En la tienda de Paco el gafas se compraba el resto de cosas empaquetadas porque el mercado era el centro de la compra principal, verduras, fruta y demás, y muy ocasionalmente llegábamos hasta la carnicería . Eso no me gustaba me daba asco el muestrario sanguilonento de la carne aunque me entusiasmaba un portalón de madera con adornos dorados de latón siempre brillantes como un espejo.
De modo más vago recuerdo la compra del carbón, pero sí perfectamente el calor de aquellos braseros bajo la mesa de camilla hasta que se sustiyó por la lampara de infrarrojos enrroscada en la mesa.
Ahora bien, el suceso más importante de aquella época fue cuando mi hermana compró como algo realmente extraordinario una cosa nueva, redonda, dulce, blanda que trajo envuelta en su papel de estraza.
Era un donuts!! El primer mordisco en aquella pieza tan blandita y dulce que quedó apresada entre mi paladar y mi lengua saboreando su dulzor fue mi primer instante de felicidad suprema, que rico!!! no salía de mi asombro, me decían que era americano, casi nada!
Nunca he vuelto a comer donuts como aquellos.
Ahora transcurridos muchos años, ya no queda nada de la tienda de Paco, no existe la de Rodenas. Un cuchitril de lo que yo consideraba muy grande, oscuro y regentado por gente de ojos rasgados sustituye a la primera, y a la segunda una tienda grande con ropa, calzado, pituras, también del mismo cariz. Vaya por delante que no me importa como sean sus ojos, pero me da pena.
Paco el gafas, llamado así por motivos obvios era la típica tienda de barrio que tiene absolutamente de todo y una barra dónde los obreros iban a media mañana para comer unos hermosos bocadillos con su chato de vino.
Me volvían loca esos bocadillos de atún y mayonesa con aceitunas liados en papel de estraza pero era muy extraño que me comprara uno salvo le sisaba a mi madre algo de dinero.
Para mí el mostrador era un muro enorme tras el que veía un tío grande con gafas, enérgico, que corría de aquí para allá atendiendo al personal.
La tienda de Rodenas era la tienda vip del barrio dónde mi madre, de estomago siempre delicado, compraba el jamón york que entonces era algo muy exquisito y solo para enfermos o gente con dinero.A mi me daba mucha risa escuchar al tendero preguntar invariablemente a cada clienta ¿que desea joven amable? me lo decía incluso a mi que era una cría. Lo que más me gustaba era el mostrador de mármol , me parecía hermosísimo. Allí solo se compraba el mencionado jamón y los huevos (esos que en un episodio psicotico de mi madre decía !quitame esos huevos de rodenas de la televisión que me dan miedo!..).
En la tienda de Paco el gafas se compraba el resto de cosas empaquetadas porque el mercado era el centro de la compra principal, verduras, fruta y demás, y muy ocasionalmente llegábamos hasta la carnicería . Eso no me gustaba me daba asco el muestrario sanguilonento de la carne aunque me entusiasmaba un portalón de madera con adornos dorados de latón siempre brillantes como un espejo.
De modo más vago recuerdo la compra del carbón, pero sí perfectamente el calor de aquellos braseros bajo la mesa de camilla hasta que se sustiyó por la lampara de infrarrojos enrroscada en la mesa.
Ahora bien, el suceso más importante de aquella época fue cuando mi hermana compró como algo realmente extraordinario una cosa nueva, redonda, dulce, blanda que trajo envuelta en su papel de estraza.
Era un donuts!! El primer mordisco en aquella pieza tan blandita y dulce que quedó apresada entre mi paladar y mi lengua saboreando su dulzor fue mi primer instante de felicidad suprema, que rico!!! no salía de mi asombro, me decían que era americano, casi nada!
Nunca he vuelto a comer donuts como aquellos.
Ahora transcurridos muchos años, ya no queda nada de la tienda de Paco, no existe la de Rodenas. Un cuchitril de lo que yo consideraba muy grande, oscuro y regentado por gente de ojos rasgados sustituye a la primera, y a la segunda una tienda grande con ropa, calzado, pituras, también del mismo cariz. Vaya por delante que no me importa como sean sus ojos, pero me da pena.