domingo, 11 de noviembre de 2012

FLORIDABLANCA

Repaso mentalmente mi jardín de infancia y preadolescencia en el barrio del Carmen.
Mi parque tenía un estanque con patos  de los de verdad como no he vuelto a ver,  y un apartado cerrado para jugar los niños. Me gustaba especialmente un  laberinto cuadrado  y metálico por el que yo entraba desde abajo hasta llegar trepando a lo más alto. Probablemente si lo viera ahora me parecería especialmente pequeño, tenía su tobogan y los típicos columpios para volar por el aire con el impulso de tu espalda colgados de un arco de hierrro con cadenas a las que cogerse.  Arriba y abajo, arriba y abajo con un vuelco en el estomago. Una vez me caí al suelo y me quedé pegada a la tierra esperando que terminara de pasar por encima para que no me diera en la cabeza.
Pero lo que más me gustaba y con diferencia era un ficus enorme por el que yo trepaba como un mono hasta dónde podía para quedarme sentada en un hueco y ver la calle dónde estaban los cines del mismo nombre que el parque "Cines Floridablanca"  sus reaices sobresalían de la tierra y eran largas retorcidas.
En el ficus me sentía recogida y lo observaba todo, incluida mi hermana cuando me llevaba acompañada de sus pretendientes. Ya mayores las dos le hice saber la rabia que me daba que me aparcara en los columpios para pasear inocentemente con ellos porque  me parecía que no estaba bien, que tenía que estar a mi cuidado y no roneando con chicos porque me daba miedo quedarme sola y perderme. El parque dejaba de ser mi lugar de juegos y era un lugar inseguro en el que me sentía sola y con miedo, un miedo desconocido.
Un día al no verla hice memoria para volver a casa, al llegar  mi madre se quedó a cuadros me cogió de la mano y pensando en mi hermana volvimos al parque pero  ella ya estaba de vuelta con cara de susto junto a su pretendiente que años después me ofreció trabajo. Estaban buscándome como locos y más tarde supe me enteré que le interrumpí una declaración de amor...
Ese parque lo visitaba los domingos y en verano. Con el curso académico aprobado como debía ser podía salir sin remordimientos porque "tenía la satisfacción del deber cumplido que nos enseñaban en las clases de la F.E.N."
El mejor verano que recuerdo fue aquel en el que un tiburón, coche alemán conocido por aquel tiempo sólo por referencias, empezó a pasear por delante de mi casa. Obviamente no me buscaba a mi, buscaba a mi hermana.
Lo conducía un alemán muy rubio, tremendo de grande con cara simpática , estaba de paso como turista y se había fijado en esa española morena bajita que era ella. No hablaba español pero entre el ingles de Lola y el lenguaje más sabio de todos los tiempos, el gestual, se entendían.
A mi me gustaba aquel alemán y su coche, sobre todo me gustaba porque con él no me dejaban apartada en los columpios, me cogían de la mano cada uno y me levantaban por lo alto para dar un salto, y él siempre decía !atensión! !precausión! y a dar un salto tremendo cogida de sus manos.  Era tan grande y tan fuerte!!.
Además me reía mucho porque  no sabía comer pipas, no las había visto nunca y se asombraba mucho de vernos comerlas y como se hacía. Me manejaba como a una peonza, eso no me lo había hecho nadie.
Quería llevarse a mi hermana a Alemania con él, ella para él y él para ella como tu Chita - yo Tarzán.

Como ese parque estaba cerca de casa cuando fui creciendo continuaba siendo mi lugar de esparcimiento. Enfrente estaba mi colegio público y el Instituto, de modo que dejó de ser un lugar de juego para convertirse en punto de encuentro con mis amigas y mis amigos, pocos pero amigos incluido mi primer amor. Allá que iba yo con lo que eran mi mejores galas a mis ojos (por ahí anda una foto con un desmangado azul marino bajo el que me ponía una blusa de cuadros a amarillos todo heredado porque pese a la diferencia de edad con mi hermana mi cuerpo creció asimilandose en tamaño al suyo).
Entonces pasó a ser un espacio para pasear y mirar mi ficus con cierta nostalgia. Había tardes en las que me ponía en el lado que daba al instituto para controlar al personal,  el instituto, el colegio y la iglesia con sus dos torres a cada lado del pórtico.
Como me gustaba mirar tras la verja de hierro terminada en puntas de flecha!
Había jacarandas que con sus flores alfombraban no solo el parque sino la acera que estaba al otro lado de la verja, con sus flores lila en forma de trompeta. Hoy día los tengo frente a mi casa, en otra ciudad, en otro parque sin patos, pero con juegos para los niños, y cuando florecen y bajo a mi perra a pasear es un poquito como si estuviera en Floridablanca.

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