Descansa la luna sobre mi cama toda blanca, inmaculada, me ha robado mi lugar de reposo, ha llegado como una intrusa sin pedir permiso y yo no sé que hacer.
La contemplo desde un rincón de mi habitación y me veo como un viajero al que se le ha escapado su tren en el último momento.
Entonces me siento y comienza una larga espera preñada de miedos, podría ser el último tren. En éste caso no me quedaría ya nada que hacer sólo esperar y recordar otros trenes que se alejaron de mi vida.
Fuiste tú uno de ellos. Para ti cargué mi maleta de amor, ilusión, comprensión, esperanza, fe, !que sé yo!. Un día apareciste en el horizonte aparentemente solo, desnudo de mentiras. Tenias algo: “la palabra”. Con ella tejiste un tapiz de colores maravillosamente entrelazados que poco a poco fue envolviéndome con amorosos gestos sin yo quererlo.
De pronto todo era el tapiz, me dejé llevar en torbellino, ya no era dueña de mí. El tren avanzaba y avanzaba sin cesar un instante. Al principio el paisaje que discurría tras la ventanilla era verde, distintas tonalidades de un mismo color. Siempre verde, y en ocasiones se cruzaba con nosotros un pájaro negro, su vuelo era rápido, ágil, apenas perceptible, aunque el fondo de mi corazón dejaba una estela grisácea. Cada estación resultaba una caja de Pandora que tu abrías antes mis asombrados ojos. Era un continuo descubrimiento.
Pese a la estela grisácea seguía existiendo el verde.
Hubo también un tiempo en el que predominaba el rojo, con fuerza, violentamente, parecía que el tren iba a estallar ante tanta furia escarlata. Luego el tono se fue dulcificando. del rojo al naranja, del naranja al amarillo. También éste producía estragos. Cuando se daba de forma muy continua volvían a cruzarse no uno, sino una bandada de pájaros. La estela también se hizo negra como ellos.
Con el nuevo tiempo los días aparecieron grises. Pese a que la máquina seguía su camino el campo abandonó su esplendor, se hizo árido, nos fuimos secando.
Una mañana el tren se detuvo bruscamente, la maleta y yo fuimos despedidas en medio de aquel desierto dónde el sol quemaba, implacable, sin piedad.
Todo mi equipaje se esparció por el suelo fundiéndose con él. Yo noté como me resquebrajaba por fuera y vaciaba por dentro.
Un silbido, una mirada y aquello que me había transportado se marchaba.
Intenté correr y los pies no me respondían, intenté gritar y no hallé mi voz, intenté llorar y las lágrimas me abrasaban.
Aquel tren se marchó sin esperar, sin preguntar, ... igual que llegó.
Todo se oscureció, el campo, la maleta, yo.. el universo entero, y así sin más la nada absoluta.
El viaje había finalizado y yo me encontraba en el punto de partido, como siempre sola.
La luna perezosa ahora me devuelve la cama, amanece. El sol apunta con sus primeros rayos sobre mi cabeza, de lejos se escucha casi sin querer, muy débilmente, el correr de un tren.
No hay comentarios:
Publicar un comentario