En la cama de mi madre jugando con ella, (la recuerdo casi siempre enferma, o hipocondriaca, pero siempre mala) sobre una colcha de un azul intenso con una especie de bordado en tonos dorados, supongo que eran hilos que parecían de oro, y con flecos en los bordes. Yo aún llevaba chupeta, y lo recuerdo bien porque jugando con ella le hice daño en la cara y me gritó. Me asusté mucho.
Recuerdo mis extrañas palabras de lenguaje (hoy dirían que bebé) y que nadie podía entender salvo mi madre y mi hermana diez años mayor que yo: "monsonsa" por vergüenza, "amongo lalito" por me pongo el vestido. Y otras menos peregrinas, como "pícula" por película, y en mi ahora descubierta dislexia "mánica" por máquina, "rejló" por reloj, y como, seguramente por imitación, cuando me vestía intentando ponerme un jersey decía "mamá que no me cabe el cabezón".
En aquellos tiempos, la necesidad como hoy de hacer cosas para la casa fuera de la casa, no impedían que se dejara a un niño pequeño solo en casa, es cierto que yo entonces y creo que como ahora, era una cagueta de mucho cuidado y no me movía de dónde me dejaban, en cama, o dónde fuera, sólo un día abrí la puerta y era una anciana que me pidió un vaso de agua, siempre me he preguntado quien sería esa anciana y porqué fue a parar a mí esa petición que concedí sin pensar más.
Uno de esos días que me quedé sola en la cama, cuando desperté descubrí en el techo un globo de gas, me fascinaban, y he ahí mi primera derrota y pérdida, salí con él toda contenta a la terraza y se me escapó. Una vecina del piso superior intentó cogerlo, pero fue imposible. Me quedé mirando al cielo como se alejaba sin llorar pero con una tristeza enorme.
En aquella época, en otra terraza lavadero de la casa que daba a un pequeño patio de luces en el que había un colegio, tenía frente a mi y de nuevo en el piso superior, una ventana por la que siempre asomaba un abuelo al que nunca conocí de cerca pero que yo quería y eso tenía su explicación: me llamaba y me decía mira! y me tiraba a la terraza un caramelo.
Era como una fotografía que me hubiera gustado hacer, veo ahora mismo esa ventana y su cara.
Desde el colegio subía siempre un olor a pupitre, lápices, goma de borrar que me gustaba, y el sonido de los chiquillos y un profesor a la más vieja y fea usanza, con la mano larga y voz de ordeno y mando porque yo lo valgo.
Esas dos terrazas eran el eje de mi infancia, iba de una a otra y me encanaba saltarlas, aún no sé como no me maté porque hacía verdaderas barbaridades (un ángel de la guarda???).
Recuerdo un día subida a la silla de la cocina mirando por esa ventana, fuera llovía, y yo tenía una tristeza infinita e injusta en una niña/o, tenía ganas de llorar, estaba sola. De pronto se abrió la puerta de casa y entraron mi madre y mi hermana, me felicitaban y traían algo, no recuerdo pero supongo que era un regalo por mi séptimo cumpleaños.
Era el 13 de septiembre de 1967.
Ha llovido mucho desde entonces.
Recuerdo mis extrañas palabras de lenguaje (hoy dirían que bebé) y que nadie podía entender salvo mi madre y mi hermana diez años mayor que yo: "monsonsa" por vergüenza, "amongo lalito" por me pongo el vestido. Y otras menos peregrinas, como "pícula" por película, y en mi ahora descubierta dislexia "mánica" por máquina, "rejló" por reloj, y como, seguramente por imitación, cuando me vestía intentando ponerme un jersey decía "mamá que no me cabe el cabezón".
En aquellos tiempos, la necesidad como hoy de hacer cosas para la casa fuera de la casa, no impedían que se dejara a un niño pequeño solo en casa, es cierto que yo entonces y creo que como ahora, era una cagueta de mucho cuidado y no me movía de dónde me dejaban, en cama, o dónde fuera, sólo un día abrí la puerta y era una anciana que me pidió un vaso de agua, siempre me he preguntado quien sería esa anciana y porqué fue a parar a mí esa petición que concedí sin pensar más.
Uno de esos días que me quedé sola en la cama, cuando desperté descubrí en el techo un globo de gas, me fascinaban, y he ahí mi primera derrota y pérdida, salí con él toda contenta a la terraza y se me escapó. Una vecina del piso superior intentó cogerlo, pero fue imposible. Me quedé mirando al cielo como se alejaba sin llorar pero con una tristeza enorme.
En aquella época, en otra terraza lavadero de la casa que daba a un pequeño patio de luces en el que había un colegio, tenía frente a mi y de nuevo en el piso superior, una ventana por la que siempre asomaba un abuelo al que nunca conocí de cerca pero que yo quería y eso tenía su explicación: me llamaba y me decía mira! y me tiraba a la terraza un caramelo.
Era como una fotografía que me hubiera gustado hacer, veo ahora mismo esa ventana y su cara.
Desde el colegio subía siempre un olor a pupitre, lápices, goma de borrar que me gustaba, y el sonido de los chiquillos y un profesor a la más vieja y fea usanza, con la mano larga y voz de ordeno y mando porque yo lo valgo.
Esas dos terrazas eran el eje de mi infancia, iba de una a otra y me encanaba saltarlas, aún no sé como no me maté porque hacía verdaderas barbaridades (un ángel de la guarda???).
Recuerdo un día subida a la silla de la cocina mirando por esa ventana, fuera llovía, y yo tenía una tristeza infinita e injusta en una niña/o, tenía ganas de llorar, estaba sola. De pronto se abrió la puerta de casa y entraron mi madre y mi hermana, me felicitaban y traían algo, no recuerdo pero supongo que era un regalo por mi séptimo cumpleaños.
Era el 13 de septiembre de 1967.
Ha llovido mucho desde entonces.
No hay comentarios:
Publicar un comentario